Durante mucho tiempo se predica en todas las religiones occidentales que la Biblia es un libro sagrado, en el cual esta consignada “la palabra de dios”. De entrada, notamos la primera imprecisión, ya que el documento bíblico no es un libro, realmente es un compendio de libros. (del griego βιβλία; conjunto de libros) Libros escritos originalmente en hebreo, arameo y griego, por diferentes autores, y distintos tiempos.

Se enseña con mucho ahínco que toda la biblia fue inspirada por dios, por tal motivo es la verdad absoluta, que es infalible. Que ninguna persona puede arriesgarse a cuestionar lo escrito en ella, pues sería como estar en contra del mismo Dios, y quedar expuesto a su condenación.

En más de una ocasión escuchamos personas decir no comprender relatos bíblicos por considerarlos injustos, pero pensar de inmediato que si está ahí escrito es porque Dios los quiso así.

Para saber si en realidad la Biblia es todo lo que se dice de ella, debemos investigar algunos sucesos históricos que nos permitan descubrir la verdad sobre el libro más leído por la raza humana.

La historia nos cuenta que el primer canon o compilación de libros aceptados se realizó en Alejandría en el siglo II AC bajo el control de Ptolomeo II Filadelfo (284-246 a. C.) quien dio la orden a 70 versores hebreos para traducir los primeros textos antiguos del hebreo y arameo al griego. Este trabajo de traducción tardo 180 años en completarse, el canon se le llamo la Septuanginta. Dicha traducción manifiesta la primera intervención conocida a los escritos originales, y muy probablemente cambiando con, o sin intención, elementos importantes de la escritura.

Además, al presente sabemos que uno de los criterios de autoridad más frecuentemente implementados en esos contextos histórico-geográficos, consistía en atribuir a los textos “sagrados” algún supuesto origen que se pudiera remontar a hechos extraordinarios.

Los libros vinculados en la Septuanginta fueron: la Torá, Libro de los Salmos, Ezequiel, Jeremías, así como el Dodecaprofetón, o Libro de los XII Profetas [Menores], Josué, Jueces, Reyes, el Libro de Isaías, Libro de Daniel, Los Libros de los Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, Ester, Rut, Eclesiastés, Lamentaciones, y el Cantar de los Cantares.

Cabe recordar que, hasta lo mencionado, aun no estaban escritos las enseñanzas entregadas por Jesús y sus discípulos.

En esta línea de acontecimientos, debemos referenciar la llegada de Jesús el Cristo, quién portando un mensaje poderoso (contenido en los evangelios, hechos de los apóstoles, cartas y apocalipsis), contradijo en más de una oportunidad las enseñanzas de la ley Mosaica consignadas en el antiguo testamento.

Lo anterior es importante para conocer uno de los propósitos de la reunión denominada el Sínodo Judío de Yamnia, realizada hacia el año 80 – 100 dc, donde los representantes de la religión judía conformaron el segundo canon, o canon hebreo Tanaj, del cual, concientemente eliminaron todas las enseñanzas de Jesús, y antiguas profecías relacionadas con él.

Este canon hebreo significó el rechazo total de algunos libros de la Septuanginta (Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeos, adiciones al libro de Ester y Daniel, entre otros) que pasaron a conocerse como deuterocanónicos. Para los judíos el Tanaj ha sido el primer canon oficial hebreo o Protocanónico.

225 años más tarde en Roma, se llevó a cabo la reunión ecuménica conocida como el Concilio de Nicea, convocada por el Emperador Romano Constantino y en la cual se constituyó el tercer canon, esta vez para la conformación de la nueva religión cristiana. Y en esta reunión ocurrió lo contrario a lo sucedido antes en Yamnia; donde no se permitido unir en una sola enseñanza el mensaje de Cristo (nuevo testamento) y el culto de adoración hacia Jehová dios de los hebreos.

A partir de ese momento en adelante todos los cristianos utilizan como fundamento de fe un documento que está constituido por dos tradiciones completamente antagónicas; el Tanaj y el mensaje de Cristo. Narraciones en las que se distingue un dios violento, colérico y vengativo, mezcladas con el mensaje de amor y resurrección del Padre altísimo a través de Cristo.

Mientras que el judaísmo sin desparpajo, tiene absoluta claridad que Jesús ni mesías, ni profeta especial fue.

Luego a finales del siglo IV Jerónimo de Estridón y por orden del Papa Dámaso, se tradujo la biblia del griego al latín, la versión toma su nombre de la frase vulgata editio (edición divulgada). Esta segunda traducción a latín después de la Vetus latina, introdujo varios cambios conceptuales, pues Jerónimo expreso que: “la Vulgata era más fácil de entender y más exacta que sus predecesoras.”

Y para terminar se produjo una nueva reforma en el siglo XIII, ordenada por el Rey Católico Alfonso el Sabio. Esta revisión de la biblia introduce muchas lecturas que no se admiten en ningún manuscrito antiguo de la Vulgata, permitiendo la creación de la edición latina oficial de la Biblia publicada por la Santa Sede para su uso en el Rito romano contemporáneo.

Varias traducciones realizadas durante muchos años por varias personas, que sin duda estuvieron influenciadas por mandatos políticos y propósitos religiosos, nos hacen pensar y preguntarnos si realmente hoy día tenemos en nuestras manos un “libro” que solo fue inspirado por Dios.

La conclusión que puede sacar una persona prudente no religiosa, es que la biblia es un documento histórico, que nos permite conocer relatos antiguos (no exactos) que revelan, por un lado, la identidad y características de un falso dios adorado por los judíos, un pueblo que dice ser elegido por él, y por el otro lado las valiosas narraciones de un plan de Luz que busca proteger al hombre de todo ese engaño y maldad.

¿Leerla? Por supuesto que sí. Pero con la claridad que no es el documento sagrado e infalible que manipulo la religión.

Neil Barrios Ariza

Descubriendo.